sábado, 24 de marzo de 2012

Las ovejas disidentes.




Erase una vez dos ovejas que vivían en el circo de Troumuse, en el Pirineo francés.


A diferencia del resto de ovejas de la zona, estas habían llegado a la conclusión de que era mucho más ventajoso dedicarse a obtener su alimento pidiendo comida a los turistas, que pastando.


Pronto se volvieron unas "artistas" del pedir, eran zalameras, inquisitivas, y a la gente les hacía tanta gracia que pasaron a ser una de las atracciones más de la zona.


Para estas ovejas era tan tonto pasarse el día pastando y recorriendo los prados para obtener nutrientes infinitamente más pobres enegeticamente que los que les regalaban los turistas.


Ellas estaban encantadas, no tenían que moverse, recibían caricias, mimos, atenciones...


Y las comidas eran geniales, un pan que apenas tenían que masticar, un par de movimientos de la boca y ya se deshacía liberando una experiencia tan intensa en sabor como en energía.


Bollos, chocolate, galletas... Cada nuevo sabor les parecía un maravilloso descubrimiento que compartían y con el que se deleitaban.


Sus vientres eran más planos, su energía desbordada, y bromeaban con esa aceleración que les daba esta energía extra.


Compadecían a las otras ovejas por no conocer más que los sabores de los pastos, mientras que ellas ya habían aprendido a distinguir hasta las marcas de galletas.


Las otras ovejas, eran lentas, parsimoniosas, no entendía los juegos, las bromas, las ironías. Mostraban un tranquilo desinterés por las ovejas pedigüeñas, que ellas interpretaban como falta de inteligencia.


Así siguieron varios años, hasta que un derrumbamiento en la carretera de Héas que daba acceso a la zona quedó cerrada por unas obras que llevaron años.


Entonces, ellas sin comprenderlo, vieron cortado el flujo de turistas de la noche a la mañana. Venía algún caminante a pie, que divertido por ellas les daba alguna cosilla, pero apenas era una barrita o una galleta...Se ve que traían lo justo para pasar el día, nada que ver con esos banquetes que traían los coches.


Acuciadas por el hambre se vieron obligadas a pastar.


Les parecía horrible la sensación de unas digestiones para las que sus cuerpos ya no estaban preparados, tener que rumiar y masticar tanto cada bocado para sacar un pequeña cantidad de energía que antes conseguirían sin esfuerzo con un simple bollo. Y se sentían tremendamente desdichadas anhelando esos sabores que ya nunca podían degustar.


Poco a poco se fueron acostumbrando a su nueva situación, resignadas de mala gana, volviéndose más lentas para no derrochar unas energías que ahora no sobraban.


Y un día de primavera, tras un invierno duro, amaneció con ese brillo con el que aparece la primavera, con sus colores tan intensos y nítidos, un frescor que huele a limpio, y de pronto empezaron a sentir, a descubrir un universo de sentidos que antes había estado oculto.


El sol en la frente, el frescor del rocío en las pezuñas...


Otra inmensa sorpresa fue que los sutiles aromas de la hierba, ahora cobraban una fuerza llena de intensidad y de matices. Antes no sabían, ni podían percibirlos, abrumados por los aromas de la comida artificial que los eclipsaban. Y en esa sutileza se abría un universo mucho mayor que el que cualquier intenso aroma, o perfume artificial de las comidas de los turistas.


Por primera vez en mucho tiempo sus corazones se abrieron, dejaron de compadecerse por lo que habían perdido y empezaron a valorar lo que ahora tenían. Su vida era tan fácil... Todo estaba ahí, su alimento y su cuerpo preparado para disfrutarlo. Todo se reducía a una elección, lamentarse recordando el pasado y fantasear con un futuro incierto, o por el contrario disfrutar el presente y..."Prestar atención".


Cuanto más abrían sus sentidos más fascinante parecía ese momento.


Descubrieron que cuando buscas el placer por el camino de los estímulos cada vez más intensos, los sentidos se cierran en un ángulo cada vez más estrecho, cada vez más exigente, cada vez más acuciante, que te lleva en un viaje de empequeñecimiento y de estrechez de miras.


Descubrieron que la verdadera intensidad procede de abrir más y más los sentidos, hasta que la más pequeña brisa de viento toma las dimensiones de un huracán cuando lo percibe un corazón atento.

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